Dos meses más de apoyo a Ucrania
El presidente Joe Biden ha cumplido con la tradición de que los presidentes en el ocaso de su mandato se sienten liberados para adoptar decisiones que en otras circunstancias no tomarían. Al autorizar a Volodímir Zelenski el uso de los misiles de largo alcance que le ha suministrado Estados Unidos contra posiciones del invasor en territorio ruso da un paso al que durante meses se opuso, y que probablemente seguirán algunos gobernantes europeos, hasta la fecha remisos como él a autorizar el uso de ingenios de largo alcance en los mismos términos que lo ha hecho ahora la Casa Blanca. Tal decisión lleva implícita la sensación de que la guerra de Ucrania escala en una dirección imprevisible, agita en Rusia a quienes entienden la autorización como una afrenta y da su apoyo a la llamada por Zelenski estrategia de la victoria, hipotética antesala de un desenlace negociado y equilibrado de la guerra.
Las arremetidas devastadoras de Rusia de la última semana, la creciente dificultad de Ucrania para retener los mil kilómetros cuadrados conquistados en agosto en el oblast de Kursk y la inmediata incorporación de 10.000 soldados norcoreanos en primera línea del Ejército ruso explican en parte la decisión de Biden. Pero tan importante como estos factores lo es la determinación de la Casa Blanca, después de la derrota electoral demócrata, de dificultar a Donald Trump una gestión de la invasión que obligue a Ucrania a aceptar la mutilación de una parte de su territorio y a la Unión Europea, a pechar con el hecho consumado de que Rusia tendrá las manos libres para inmiscuirse en sus asuntos. Claro que a nadie escapa que Trump tendrá poderes suficientes para invalidar lo decidido por Biden en cuanto ocupe la Casa Blanca.
Esas poderosas razones no pueden ocultar, sin embargo, los riesgos inherentes a la autorización de Biden y al camino que pueden seguir Francia, Reino Unido y Alemania, que, a imitación de Estados Unidos, han suministrado a Ucrania misiles de largo alcance con la condición de que no los utilice contra territorio ruso. El debate no es nuevo, se planteó en términos parecidos cuando los socios de la OTAN decidieron entregar a Ucrania tanques de última generación y cazas, pero ahora adquiere una nueva dimensión porque el entorno más radical del Kremlin sostiene que el uso de misiles de largo alcance solo es posible con la implicación directa en la guerra de efectivos occidentales.
Al mismo tiempo, la intervención de Joe Biden en el G20 instando a defender la soberanía ucraniana resulta más que relevante en un foro en el que no son pocos –en especial, el Sur Global– los que ven la guerra de Ucrania como una crisis alejada de sus intereses y soslayan que cualquier salida que suponga una claudicación ante la agresión rusa causará grave daño al derecho internacional. Es ese un problema futuro que no desvela demasiado a Trump, adalid del aislacionismo y adversario del multilateralismo, pero que debe preocupar a quienes aspiran a unas relaciones pacíficas y pautadas entre los estados. Es justamente lo contrario a esos principios agredir a un Estado soberano con fronteras precisas, reconocido por las Naciones Unidas, y decir luego que Biden «echa leña al fuego», como ha hecho Vladímir Putin, que es quien lo prendió.